jueves, 30 de junio de 2011

La casa embrujada. Por Magalí Álvarez

Un día, un muchacho llamado Facundo, de 25 años, se fue a vivir solo. A la semana siguiente, sus padres compraron una casa cerca de las vías del tren. Cuando Facundo mudó sus cosas a la casa nueva, entró y empezó a recorrerla para conocerla más. Al terminar de recorrer la casa, eligió una habitación, la que tenía tres ventanas, y acomodó todas sus cosas. Cuando pasó un mes, se puso de novio con una chica llamada Carolina. 
Fueron pasando los años y decidieron casarse. Facundo ya cumplía 30 años y Carolina cumplía 28, cuando decidieron tener una hija a la que llamarían Carina y si fuese varón lo llamarían Joaquín. A los nueves mese de embarazo, Carolina tuvo mellizos, una nena y un nene. La nena se llamó Carina y el nene Joaquín, como habían decidido desde un principio.
Pasado cierto tiempo, Facundo se compró un auto para ir a pasear con su mujer y sus hijos. Cuando Carina y Joaquín cumplían cinco años se enfermaron, como se lo había dicho una bruja. Carolina no le creía nada pero la parte de que sus hijos se iban a enfermar se cumplió. Ella se puso a recordar más de lo que le había dicho la bruja. Entonces, recordó que su marido y sus hijos irían al parque a jugar y al cruzar el semáforo chocarían. Carolina corrió a detenerlos porque no quería perderlos, pero llegó tarde y se quedó en su casa esperando que volvieran. Sin embargo, ellos no venían. 
Carolina se preocupó y encendió el tele por si salí en la noticia algún choque y se encontró que el auto de su marido estaba todo chocado por otro auto y por un camión.
Ella despertó y todo había sido una pesadilla. Por las dudas, se fue a fijar si sus hijos estaban bien pero no estaban y su marido tampoco. Fue al garage para ver si estaba el auto, pero no... Carolina se había quedado viuda y sin sus hijos.

lunes, 27 de junio de 2011

Nuevas Esperanzas

De acuerdo con su significado, el origen de la esperanza radica en la espera. Espera de que las cosas mejoren, espera confiada en algo o alguien que nos cuida, espera de que algo (o alguien) forme parte en nuestras vidas...

Siempre me sorprendió el paso del tiempo, o mejor dicho la falta de noción acerca de él. Es decir, de alguna forma, cada vez que termina un nuevo año, nos encontramos un día diciendo ''no puedo creer lo rápido que se pasó''. Siempre pensé al respecto que la única conclusión lógica es que la noción del paso del tiempo está directamente relacionada con el tiempo que uno ha vivido. Así es que cuando uno recuerda los años de su infancia, los más lejanos, tiene la impresión de que ''pasaron volando'', y llega un momento en el que inevitablemente se plantea: ''carajo...si el tiempo se pasa cada vez más rápido, ¿qué changos estoy haciendo con mi vida?''
Es una pregunta que suele rondar mucho en mi cabeza. La mayoría de las veces hago un planteo casi instantáneo y pienso que el proyecto de vida que tengo no está muy desviado de lo que siempre deseé, que las cosas que hago me preparan para el futuro y que solo necesito tener paciencia para que aquello que tanto anhelo llegue, justo cuando menos me lo espero. En pocas palabras, pienso que mi vida está tomando un rumbo correcto.
Por otra parte, suelo cuestionarme si soy yo el que toma las decisiones y marca el rumbo de mi vida, o si es ella misma la que señala el camino por su cuenta. Siento que, si bien en un principio yo escojo comenzar un proyecto con un objetivo determinado, los sucesos inesperados que aparecen en el transcurso me descolocan de tal forma que, para dejar todo en orden, me veo obligado por la situación a acomodar todo, y muchas veces la única salida que tengo no es la que yo prefiero.
Pero la memoria tiene un sentido, y es que nos permite ver en nuestro paso por el mundo que, más rápido o más lento, cosas buenas pasan. Y si bien de vez en cuando estamos tan cansados que nos cuesta observar esto y nos des-esperamos, el truco está en no desear siempre exactamente lo mismo, sino en ajustar nuestros destinos, acorde a lo que vamos aprendiendo y al paso de tiempo que sentimos.
Por eso es que realmente yo no espero nada por mucho tiempo, sino que cada día, cada semana, cada mes y cada año, tomo los anhelos del tiempo anterior y junto con los del presente me los vuelvo a proponer. No mantengo exactamente el mismo objetivo, porque al ser un día diferente y un momento de decisión diferente, éste se re-nutre, se re-plantea, re-vive, re-nace.

Hoy es mi cumpleaños y re-nazco rodeado de las personas que amo. Y estoy dispuesto a esperar un año entero para verlos a todos juntos una vez más, porque hoy los vuelvo a elegir a todos y cada uno. Hoy, con 19 jóvenes años, y Dios quiera muchos más por recorrer, renuevo mis esperanzas...

viernes, 24 de junio de 2011

La escritura como pre-texto en Jean-Paul Sartre: del relato autobiográfico al existencialismo. Por Yadia Parada



Para comenzar, el texto de Sartre, Las palabras1, es una autobiografía clásica. Según la clasificación efectuada por Philippe Lejeune2, en la autobiografía autodiegética, el nombre propio tiene una importante función, puesto que “en ese nombre se resume toda la existencia de los que llamamos el autor: única señal en el texto de una realidad extratextual indudable”. En él “es donde persona y discurso se articulan antes incluso de articularse en la primera persona”3. Así, el hablante textual es identificado como el autor, que refiere al sujeto verificable extratextualmente. Este aspecto establecería el llamado “pacto autobiográfico”, por medio del que se produce “la afirmación en el texto de esa identidad, y nos envía en última instancia al nombre del autor sobre la portada”4. A su vez, en la autobiografía que nos concierne, las categorías de autor textual, narrador y protagonista coinciden en una misma identidad. Esta identidad es asumida por parte del autor, cuya “existencia queda fuera de duda”5. Este hecho establece explícitamente el pacto autobiográfico con el lector, que realizaría a partir de allí una determinada lectura que define al género en cuestión, transformándolo en un “género contractual”6.
En primera instancia, puede discernirse en el relato el presente de la escritura -1963- desde el que se narran los hechos retrospectivamente. Es importante destacar que la narración no comienza con el -o algún- inicio de la vida del sujeto autobiografiante, sino que se retrotrae a 1850 para establecer su linaje a partir de la familia Schweitzer. Este dato no es menor si lo consideramos como parte de la construcción del relato selectivo que el sujeto de enunciación textualiza para posicionarse básicamente como un intelectual. Este primer acercamiento al texto nos lleva a poder formular una hipótesis de lectura. Ésta radica en que la autobiografía de Jean-Paul Sartre funciona como un pretexto para sentar las bases del sistema filosófico que sustentará el autor: el existencialismo. En este sentido, el pre-texto es literalmente la escritura donde se plasmarán de manera germinal los conceptos que constituirán los ideologemas estructurantes del mencionado sistema. A la vez, como ya se explicitó, el discurso autobiográfico tendría como objetivo construir un sujeto cuya característica central es la intelectualidad como razón y función de ser. De esta manera, todo hecho que se narre tenderá a constituir por un lado, los postulados existencialistas, y por otro, la posición intelectual del yo. Dicho de otro modo, el bios –es decir, la reconstrucción de la vida como forma de comprensión de los principios organizativos de la experiencia- tendrá la función de estructurar o conformar ficcionalmente un pasado que sustente el estatuto del sujeto de enunciación y su posición ideológica, en relación con el momento presente en el que escribe.


Sin coartadas: La vida familiar o anecdotario de un despojado

Esto se desarrolla en la narración a través de diferentes aspectos. Uno de ellos es la manera en que se plantea la relación con su padre, al que pierde de muy pequeño. Este hecho es interpretado por Sartre como un estado de orfandad, es decir, desde niño él es el huérfano, el que está solo. En este sentido, la venta de libros que heredó de su padre puede verse como una cifra de la concepción existencialista acerca del despojo, la nulidad de la herencia, el estar solo, el venir sin rastros previos, sin ningún a priori.
Asimismo, el tipo de vinculación que el autobiografiante establece con Dios sirve también para sustentar concepciones ideológicas: “en el Dios al uso que me enseñaron no encontré el que esperaba mi alma; necesitaba un Creador y me daban un Gran patrón”7. Esta relación peculiar implica concepctos tales como la nada, la soledad, una concepción particular del materialismo, así como un sentido de lo espiritual. En ese sentido, opone la creencia a partir de la fe a la creencia puramente intelectual. Por su parte, la posición intelectual del yo se instala desde muy temprana edad, a partir de la figura del niño profeta: él es el que tiene un saber especial “sé decir cosas 'por encima de mi edad' (...) hago auténticos oráculos y cada uno los entiende como quiere”8. Para decirlo con otras palabras, aparece una línea de configuración del personaje a partir del discurso religioso: es un ungido, un clérigo: “tengo la unción de los príncipes de la iglesia”9.
Por otro lado, lo sagrado se resemantiza inmediatamente en función de un objeto que define como parámetro en su vida, es decir, el libro: “empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros”10. Asociado a esto, la metáfora del libro como piedra y monumento permite el entronque entre la figura del mártir con la actividad en el campo intelectual. Luego la metáfora se amplía y el libro funciona como una cifra de la vida: “todo un libro para que en él apareciese este episodio de nuestra vida profana”11. Cabe destacar la importancia del relato acerca del comienzo del ateísmo del protagonista, puesto que se efectúa a partir de una frustación intelectual, en vez de espiritual, cuando su ensayo sobre la Pasión no obtiene más que una medalla de plata12. En este sentido, puede observarse cómo la religión se concibe de manera heterodoxa, se vacía del significado estatuido para pasar a ser algo propio: “mi religión: nada me parecía más importante que un libro”13.En cuanto a sus relaciones familiares, su abuelo funciona como el principal referente, justamente porque era “un artesano especializado en la fabricación de objetos santos”14, puesto que ser humanista y profesor era sinónimo de ser clérigo.
Por su parte, la relación con su madre postula la inversión-anulación de jerarquías, la falta de disciplina, la ausencia de estructuras impuestas como mandato, lo anárquico. Este último término debe entenderse en un sentido acotado: lo anárquico para el autor se relacionaría con la idea de que ningún tipo de sistema puede justificar ni excusar el accionar individual, por lo que que expresa que “al carecer de coartada, caí en mí mismo”15. En este sentido, se explicita la percepción de la madre como otro, ya sea como una extraña o bien como una chica a la que debe proteger, hecho que se ve reforzado por el gesto de llamarla por su nombre de pila: “Al morir mi padre, Anne-marie y yo nos despertamos de una pesadilla común”16. Esta niñez caracterizada por lo asistemático y fuera de la norma cristaliza luego en uno de los pilares ideológicos del protagonista, el cual explicita que “Nunca en mi vida he dado una orden (...) no me enseñaron a obedecer”17. En esta cita, se aprecia la importancia de la propia voluntad, del hacer a conciencia por sobre lo impuesto o determinado. Ideologemas como voluntad y conciencia serán imprescindibles luego para el sistema de pensamiento existencialista que profesa el autor.
Asimismo, en torno a la relación con su madre se instala la idea del venir arrojado al mundo. Tal es así, que el discurso adquiere un tono omnipotente que roza lo hiperbólico, al ponerse irónicamente en entredicho cuestiones básicas como su ascendencia: “¿De verdad he nacido de ella?”18. En este enunciado debe leerse también el gesto de ideológico de postularse un despojado, él es el que viene sin huellas porque su existencia no está predicha ni predeterminada por cosa alguna. Esto se observa también en el hecho de no acatar la norma cuando relata su fracaso con la ortografía, cuestión que, sin embargo, no lo determina negativamente: “mi fracaso no me afectó en absoluto: yo era un niño que no sabía ortografía, y nada más”19. En este sentido, desentender el canon desde la niñez implica la necesidad de una construcción y una búsqueda de parámetros personales, para llegar a ser lo que se es y no otra cosa.


Del niño mártir al héreo épico

La construcción de Sartre como personaje puede entenderse como textualización tanto de lo que él considera ser lo que no se es -del hombre como ser de ceremonias, la mala fe- como de lo que subyace en esa concepción: que todo hombre instituye su propio ser y que, no obstante, éste no es inmutable. En este sentido, resulta interesante observar algunas líneas de su configuración que ilustran cierta transformación desde una posición un tanto contemplativa de la vida –el clérigo, el mártir, el incomprendido- a una relacionada con el accionar –el héroe épico-. Sin embargo, ambas están ligadas por el ideologema intelectual, que no abandona al personaje ni en su plena concepción de la necesidad del actuar comprometido, sino que, por el contrario, funciona como redefinitorio de las posiciones en los campos intelectual, político y social.
Con respecto a este tema, puede obserarse que la línea de configuración del personaje se establece a partir del discurso literario. En este sentido funcionan, puntualmente, tanto la mitología griega cuanto la cosmovisión épica. Ejemplos de ello se plasman en los siguientes pasajes: “la alta Ariadna que volvió de Meudon con un hijo en sus brazos”20; “¿Soy, pues, un Narciso?”21; “mis proezas (…) yo volvía a caer en el tiempo sin memoria de los huérfanos de padre, de los caballeros errantes (…) héroe o escolar”22. A su vez, esta retrospección permite al sujeto definirse desde el presente de la enunciación y delimitar, a partir de éste, su posición e influencia en el campo intelectual: “era el hijo de un milagro. Sin duda de aquí proviene mi increíble ligereza. Ni soy un jefe ni aspiro a serlo”23.
Con respecto a lo mencionado acerca del hombre como ser de ceremonias, aparece la idea de la vida como el desarrollo de un rol escénico, por lo que se tornan recurrentes los lexemas provenientes del género dramático, tal como comedia, juego, aparición, papel, impostor, entre otros. Asociado a esto, se menciona a su abuela como la única persona que no cree en el papel que despliega el niño Sartre: “me censuraba abiertamente la farsa”24. Por su parte, la concepción de la propia existencia como proceso y producto del propio sujeto lleva al extremo las ideas anteriormente aludidas: “no paro de crearme; soy el dador y la donación”25. Sin embargo, en este último gesto se evidencia un sentido positivo de ese hacerse: la ceremonia da paso a las posibilidades del ser. Respecto de la idea del personaje, se observa que ésta entra en relación con una concepción más general que es la de la vida toda como una construcción, un relato, un mito: “que La Verdad y la Fábula son lo mismo, que hay que jugar a la pasión para sentirla, que el hombre es un ser de ceremonias”26. Sumado a ello, la idea de la farsa se complejiza y se torna recursiva al explicarse que la impostura se daba por partida doble, lo cual extrema aún más la autoconfiguración del sujeto: “fingía ser un actor fingiendo ser un héroe”27.


La literatura como vía de conocimiento: la problemática de la representación

La literatura no sólo aparece como un medio de configuración del personaje sino también como una vía de conocimiento, por medio de la que el sujeto aprehende el mundo. Esto se explicita, por ejemplo, cuando el sujeto enuncia que “Amante aún no era más que una palabra tenebrosa que encontraba con frecuencia en las tragedias de Corneille”28.
Su inicio en la literatura de produce paradójicamente antes de saber leer, instalándose con él también la problematización de la representación, cuando la curiosidad del niño lo lleva a diferenciar la palabra de la cosa: “Yo pregunté, incrédulo: ¿Están ahí dentro las hadas?”29. Esta problemática se explicitará más adelante como un sostén para su escritura, por lo que el intelectual es creativo y creador de la realidad: “el Universo se escalonaba a mis pies y todo, humildemente, solicitaba un nombre; dárselo era a la vez crearlo y tomarlo. Sin esta ilusión capital, no habría escrito nunca”30. De esta manera puede verse cómo, desde la perspectiva del autor, la idea del demiurgo enlazada perfectamente con la del despojado. En otras palabras, el hombre es capaz y responsable de crear, porque nada le es dado a priori.
Al mismo tiempo, la primera escena de lectura entra en relación con la problemática de la dicotomía yo-otro, ya que es su madre la que lee. Sin embargo, esa situación iniciática lo marca, lo transforma, se reconoce como otro luego de ella. Asimismo, se enfatiza el autodidactismo como característica que refuerza la orfandad del sujeto, la falta de herencias: “recorrí una tras otra todas las páginas; cuando volví la última, ya sabía leer”31. La brevedad y concisión con que se narra la escena aparece reforzada por la sintaxis simple, que escapa a la recursividad. El efecto de lectura que esto produce, permite implicar la idea de un aprendizaje inmediato, casi instantáneo, sin la ayuda de terceros. Por otro lado, semánticamente, la escena se ve reforzada por el título del libro que lee: Sin familia. Es decir que la elección de la narración de la escena iniciática en la niñez entra en diálogo con la figura del desheredado. Este hecho es llevado al extremo hiperbólica y cómicamente en el siguiente pasaje: “había aprendido a leer solo, escribía novelas; como último argumento reveló que había nacido de diez meses: más cocido que los demás, más dorado”32.


La existencia como predecesora: de la predestinación a la afirmación del yo

Siempre he preferido acusarme que acusar al universo;
y no por sencillez, sino para no depender más que de mí”33

Através del recorrido de lectura realizado, puede afirmarse que la autobiografía de Sartre funciona como una suerte de relato-muestrario que cristaliza concepciones básicas de la ontología existencialista. En ese marco, se delimita la posición del yo como un intelectual que propende a la acción, que es responsable, y por lo tanto culpable, de cada una de sus decisiones. Como consecuencia, la voluntad y posibilidad de decidir lo configura existente y pasible de transformarse a sí mismo.
A su vez, se observó cómo en la narración fueron coagulando ideologemas centrales del existencialismo: absurdo, angustia, nada, solo, voluntad, responsabilidad, conciencia, accionar. Todos lexemas que se van cargando semánticamente a medida que avanza el texto, construyendo al protagonista a la vez que al tono del discurso que lo identifica.
Como conclusión, el relato autobiográfico como pre-texto condensa un bios que explica y justifica al sujeto de enunciación en el presente de su escritura, sin escatimar recursos para dar a conocer que su yo llega a ser por medio de su experiencia y la construcción que la representa retóricamente.



Bibliografía

Lejeune, Philippe, “El pacto autobiográfico”, en Suplementos anthropos/29. La autobiografía y sus problemas teóricos, 1991.

Sartre, Jean-Paul, Las palabras, Losada, Bs. As, 2005 [1964].

1 Sartre, Jean-Paul, Las palabras, Losada, Bs. As, 2005 [1964].
2 Lejeune, Philippe, “El pacto autobiográfico”, en Suplementos anthropos/29. La autobiografía y sus problemas teóricos, 1991, 48-60.
3 Ob. Cit., 51.
4 Ob. Cit., 53.
5 Ob. Cit., 51.
6 Ob. Cit., 60.

7 Ob. Cit., 85.
8 Ob. Cit., 28-29.
9 Ob. Cit., 31.
10 Ob. Cit., 36.
11 Ob. Cit., 41.
12 Ob. Cit., 89.
13 Ob. Cit., 53.
14 Ob. Cit., 39.
15 Ob. Cit., 95.
16 Ob. Cit., 17.
17 Ob. Cit., 20.
18 Ob. Cit., 21.
19 Ob. Cit., 68.

20 Ob. Cit., 17.
21 Ob. Cit., 36.
22 Ob. Cit., 112.
23 Ob. Cit., 20.
24 Ob. Cit., 31.
25 Ob. Cit., 30.
26 Ob. Cit., 75.
27 Ob. Cit., 121.

28 Ob. Cit., 48.
29 Ob. Cit., 40.
30 Ob. Cit., 54.
31 Ob. Cit., 43.
32 Ob. Cit., 187.
33 Ob. Cit., 199.

La voz de la escritura: Louis Althusser o el imperativo de decir contra la muerte. Por Yadia Parada


Muchos medios podrían elegirse para ofrecer una versión sobre un hecho que el emisor considerara trascendente, sin embargo, no caben dudas que la escritura es una de las más adecuadas a los objetivos de Louis Althusser. Quizás, ello se deba a que el importante suceso que se desea dar a conocer es la propia vida. En ese sentido, la escritura se presenta no sólo como un medio para comunicar un bíos, sino también, y pincipalmente, para la afirmación de una subjetividad que demanda ser vista en sus razones explícitas y latentes, sus causas manifiestas y oscuras, sus motivaciones conscientes e inconscientes, sus inevitables errores.
En este sentido, aparece en la escritura autobiográfica el ámbito propicio para la selección y reconstrucción – construcción del recuerdo. Es decir, por medio del filtro del recuerdo, el yo se proyecta retrospectivamente no sólo para dar a conocer los hechos que valoriza en determinadas instancias de su vida, sino también para establecer un espacio de configuración de su subjetividad, en el ejercicio mismo de escritura. Esto se evidencia cuando el autobiógrafo explicita el destinatario del texto: “Escribo este pequeño texto, primero, para mis amigos y después, si es posible, para mí”1. Es decir, la escritura posibilitaría al yo ahondar en un conocimiento de sí mismo, a la vez que exorcizar sus fantasmas nombrando, evocando y, por sobre todo, invocando.
Resulta interesante observar cómo el protagonista destaca que su propio nombre, Louis, representa un estigma en su vida, ya que, precisamente, la elección de éste por parte de su madre no fue azarosa. El autobiógrafo lo explicita así:
Cuando vine al mundo me bautizaron con el nombre de Louis. Lo sé demasiado bien. Louis: un nombre que, durante mucho tiempo, me ha provocado literalmente horror. (…) (cf. más adelante el fantasma de la estaca). (…) me despojaba de toda personalidad propia, y aludía a aquél hombre tras de mí: Lui era Louis, mi tío, a quien mi madre amaba, no a mí”2
Por el contrario, fue debido a su tío paterno, quien había sido novio de su madre. Una vez muerte éste en la guerra, ella contrajo matrimonio con su hermano, sin poder olvidar jamás al difunto, a la vez que proyectando en su hijo la carencia del ser amado: el nombre –el significante vacío- reemplazaba la presencia del yo. Por estos hechos, es que el término invocar es utilizado en su sentido etimológico de apelación, llamado a los muertos, puesto que el autobiógrafo necesita de ello para indagarse y poder responder, en parte, quién es y por qué llegó a hacer lo que hizo: matar a quien creía amar.
De esta manera, El porvenir es largo comienza con un tono que intenta objetivar la escritura, otorgar verosimilitud y no dejar lugar a dudas que se pretende brindar un relato verídico y no una mera versión de lo acontecido. Así, puede leerse:
Tal y como he conservado el recuerdo intacto y preciso hasta sus mínimos detalles, grabado en mí a través de todas mis pruebas y para siempre, entre dos noches (…) he aquí la escena del homicidio tal y como lo viví.”3
Asimismo, puede observarse que la mencionada configuración de la subjetividad a través del ejercicio de escritura se produce por medio del análisis de sucesos que son interpretados a posteriori a la luz de un marco teórico como es el psicoanálisis. Esto, no obstante, es válido para el texto de 1985 en mayor grado que para el de 1976, ya que en ambos textos autobiográficos la construcción de la anécdota se produce de manera diferente y con una proyección retrospectiva que varía. Esto puede justificarse por un importante hecho que opera en los textos: el antes y el después del asesinato de la esposa del autobiógrafo, en un brote sicótico de éste. Por su parte, en el texto anterior al suceso, aparece un sustrato teórico ligado mayormente a la reflexión en torno al marxismo. Es decir que en cada texto la línea teórica va a entramarse también de diversa manera y va a configurar diferentes espacios de reflexión: por un lado la especulación en torno al psicoanálisis, más ligada a las experiencias padecidas por el yo y con el objetivo de brindar -al lector, a sus amigos- y brindarse a sí mismo un análisis de las posibles latencias o causas no concientes, vinculadas mayormente con lo el complejo edípico que postula la teoría freudiana. Por otro, el diálogo intertextual con el discurso marxista –con respecto al que postula su tesis sobre el “antihumanismo teórico de Marx4”-, la teoría marxista propiamente dicha, la filosofía –particularmente con Sastre- y la ciencia.
En ambos texto, por lo tanto, la subjetividad se construye a través de la selección de anécdotas autobiográficas que se introducen en una trama discursiva que oscila entre la narración, la explicación y la argumentación, a partir de varias líneas de reflexión teórica. En este sentido, el texto autbiográfico publicado luego del asesinato, El porvenir es largo, recorre en extenso anécdotas que el yo selecciona, desde su niñez hasta las etapas posteriores a la muerte de Hélène y su confinamiento psiquiátrico. Es decir, la narración de las experiencias del yo en su entorno familiar, luego escolar y laboral, opera por medio de un entramado en el cual se intenta objetivizar el discurso por medio de las justificaciones que el yo desea hacer públicas. En ese gesto de distanciamiento con respecto a los sucesos y su consecuente análisis, se producen momentos de textura explicativa en los que ingresan conceptos psicoanalíticos, jurídicos y médicos. Ejemplo de ello es, en cuanto a las explicaciones que aparecen sustentadas en conceptos del psicoanálisis, la explicitación del protagonista del trauma de querer no sólo
como ya dijo Diderot, “acostarse con su madre”, sino en sentido más profundo al que debía necesariamente decidirme, para ganar el amor de mi madre, para convertirme yo mismo en el hombre que mi madre amaba tras de mí, (…) seducirla mientras realizaba su deseo”5.
O bien, las alusiones a Freud y lacan, como en: “Lacan tiene razón en insistir en el papel de los “significantes”, después de que Freíd hablara de las alucinaciones de nombres6.
En cuanto a lo jurídico, aparece la explicación pormenorizada del no ha lugar, con la utilización de un discurso propio de un texto jurídico:
En efecto, el código Penal opone, a partir de 1838, el estado de no responsabilidad de un criminal que ha perpetrado su acto en estado de “demencia” o “bajo apremio” al estado de responsabilidad puro y simple reconocido a todo hombre considerado “normal”.”7
Este discurso, no obstante, implica no sólo la utilización de una trama explicativa, como se refirió recientemente, sino también argumentativa. Así, el protagonista sostiene una dura crítica contra la opinión pública, cuya ignorancia lleva a asimilar al criminal con el loco, pero sin ver que el confinamiento que padece el loco es a veces más tormentoso que el encarcelamiento del criminal, quien una vez finalizada su condena, puede restituirse al sistema y a su vida cotidiana, sin el límite imprevisible que implica una enfermedad. En este sentido, es importante el recurrente uso de los verbos “ignorará” “no sabrá”8 para referirse al público que, en general llevado por la opinión pública, cree que él se ha beneficiado con el no ha lugar.
Por otro lado, la trama argumentativa se torna necesaria también cuando el yo autobiográfico intenta analizar, como se mencionó antes, la traumática relación con su madre como causa de complejos insuperados a lo largo de su vida. De esta manera, la selección de anécdotas parecieran justificar el padecimiento de lo que el sujeto percibe asociado al complejo que el psicoanálisis define como castración simbólica y según explicita el protagonista, como artificios e imposturas, palabras que recorren ambos textos: “los artificios propios que debía hacer que se me reconociera (aunque como impostor, pero precisamente entonces ya no tenía otra vía)”9. La conformación de la subjetividad del protagonista desde el estatuto del castrado, implica su posición como un no ser, como un objeto. A partir de allí, sus imposturas y artificios están estrechamente relacionados con su necesidad de cumplir un rol, un papel, en definitiva, construir un ser: “como el ser sin sexo que yo era, tuve que espabilarme y fabricarme un personaje de artificio”10. Puesto que las primeras anécdotas sobre su impostura están relacionadas con la escritura, cuando plagia un texto sin que su maestro no se dé cuenta, no es infundada la concepción de la construcción de su subjetividad a través de ésta: “todo lo que había conseguido en mi vida lo había conseguido con la impostura: mis éxitos escolares en primer lugar”11.
Un ejemplo del padecimiento antes mencionado puede verse cuando el protagonista narra el momento en que su madre descubre, hurgando entre sus sábanas, que se ha hecho hombre. Esta anécdota funciona, en la conformación de la subjetividad, como causa de sus posteriores traumas y como cifra de sus depresiones periódicas:
en el lugar del hombre en el que me había convertido mucho antes de que ella se diera cuenta y sin que ella tuviera nada que ver- eso es lo que me pareció, por lo menos así lo experimenté y así lo experimento aún hoy, como el colmo de la degradación moral y de la obscenidad. Propiamente una violación y una castración”12
A su vez, la anécdota presenta una destacada valoración en este texto, en el que es narrada con detalle, no siendo así en Los hechos, texto en el cual sólo aparece aludida:
había rebuscado entre mis sábanas para encontrar la huella de lo que ella creía que era mi primera eyaculación nocturna (ya eres un hombre, hijo mío), y me había puesto literalmente la mano sobre el sexo para robármelo, a sin de despojarme de él”13.
Al mismo tiempo, la anécdota mencionada emerge reiteradamente en ambos textos como una marca insoslayable que determina el tipo de relaciones que el yo establece con los otros, en particular con Hélène. A partir de allí se proyecta en todas sus relaciones con el sexo femenino, cuando relata los conflictos con las mujeres que tuvieron intenciones sobre él, ya que como él mismo consideraba, el ponerle una mano encima era padecido como violación y castración.
Como contrapartida, la marca familiar que implica la historia de su tío muerto en la guerra, primer novio de su madre, de quien, según el propio Althusser, seguía enamorada, funciona como marca negativa, como condición de su no ser, de la muerte como constante en el desarrollo de su vida. Esto último aparece reforzado por las anécdotas en las que relata la mala relación con su padre y sus posteriores intentos por ser padre de padres, maestro de maestros.
La perspectiva en que se plantea la narración a partir de la que se configura la subjetividad del protagonista difiere en Los hechos, ya que en este texto no se producen anticipaciones del destino de violencia que padecerá el yo, por lo que la prolepsis explicativa está ausente. No así en El porvenir: “Una carabina que iba a usar más delante de manera tan extraña”14; “otros choques afectivos de la misma tonalidad y violencia. Muy pronto se verá cuáles son”15; “un ser del que más adelante sólo sabría que hacía mucho tiempo estaba muerto. (…) Resulta claro que la juzgo a posteriori por sus efectos”16. En este último ejemplo se plasma la actitud interpretativa que el yo realiza sobre su propia experiencia. Siendo que, como dijimos antes, la experiencia se reconstruye desde el recuerdo, pero se construye también en y por la escritura, no es desacertado observar en estas interpretaciones del autor un gesto de reflexión metatextual. Es decir, en ese ordenamiento y dosificación de la información del anecdotario, el autor irá sacando conclusiones, así como estableciendo asociaciones sobre su vida y su subjetividad.
Por su parte, en Los hechos, las anécdotas se narran de manera más sucinta, es decir, hay una economía del relato en la que prima la brevedad del discurso. Por ejemplo, una anécdota reiterada en ambos texto, pero relatada muy resumidamente en el de 1976, es el momento en que conoce a Hélène, su primera experiencia sexual y posterior internación por demencia precoz. En este texto, las anécdotas son presentadas sin el distanciamiento necesario para el análisis, como sí sucede, por su parte, en El porvenir es largo. Por el contrario, en Los hechos la anécdota personal da paso a la materia de su labor filosófica y teórica. Así, aparece gran cantidad de observaciones en torno al marxismo, a su actividad en el P.C. en el contexto del Mayo Francés del ‘68, a su conexión con el psicoanálisis y su relación con Lacan: “además de Marx, poco filósofo, yo tenía a otro: Spinoza”17; “Había tenido sobre mí una influencia innegable (…). Yo volví a Marx, él volvió a Freud, una razón para entendernos”18; “El verdadero izquierdismo, el izquierdismo obrero, anarcosindicalista y populista, buscó cobijo en otro lado”19; “yo tropecé, a raíz del famoso “corte epistemológico” que tomé de Bachelard, con estas formaciones extrañas”20; “Todo esto ocurría cuando estaba trabajando sobre Marx”21. En estos diferentes pasajes, puede verse la gama de líneas de reflexión teórica así como metodológica: quiénes fueron sus maestros e influencias, qué conceptos toma de sus contemporáneos, desde qué teorías políticas se posiciona, cómo influyó el contexto del Mayo Francés en su revisión del marxismo.
En conclusión, puede decirse que ambos textos difieren en la construcción del relato a partir de estar inscriptos en diferentes momentos en relación con el hecho trascendental que el sujeto desea explicar en 1985: el homicidio de su esposa. Esto lo lleva a un distanciamiento, objetivización y análisis de sus recuerdos en función de encontrar y explicitar las causas que llevaron a encausar la violencia en la aniquilación de su más allegado ser. A la vez, lleva a una narración más detallada de las anécdotas y a interpretaciones prolépticas de las causas. Por lo tanto, el proceso de configuración de la subjetividad va tornándose más denso en la escritura. Es decir, el discurso se va construyendo de manera cada vez más autorreflexiva, por lo que las reflexiones teóricas pasan de ser observaciones ligadas al contexto público del autor, a estar mayormente en función de la posibilidad autointerpretativa del yo. Ligado a esto, no resulta azaroso entonces que en ese camino de configuración subjetiva aparezca, más allá de la reflexión teórica-metodológica, la contemplación de las problemáticas en torno al ser, la muerte, el dolor, la locura. En otras palabras, la necesidad del yo de decirse en la escritura no es otra cosa que el imperativo de decir contra la muerte, de engendrar la voz que lo haga ser para sí y para el otro y, en lo posible, le devuelva -tal como un espejo- una imagen que lo satisfaga.


Bibliografía


Althusser, Louis, El porvenir es largo. Los hechos. Destino, Barcelona, 1993.



1 Althusser, Louis, El porvenir es largo. Los hechos. Destino, Barcelona, 1993, 30.
2 Ob. Cit., 57.
3 Ob. Cit., 27.
4 Ob. Cit., 235.
5 Ob. Cit., 79.
6 Ob. Cit., 91.
7 Ob. Cit., 31.
8 Ob. Cit., 39.
9 Ob. Cit., 127.
10 Ob. Cit., 481.
11 Ob. Cit., 480.
12 Ob. Cit., 73.
13 Ob. Cit., 480
14 Ob. Cit., 68.
15 Ob. Cit., 55.
16 Ob. Cit., 78-79.
17 Ob. Cit., 442.
18 Ob. Cit., 441.
19 Ob. Cit., 471.
20 Ob. Cit., 473.
21 Ob. Cit., 481.

jueves, 23 de junio de 2011

La escritura obscena: Barthes o la disgregación del yo. Por Yadia Parada




Cualquier destino, por largo y complicado que sea,
consta en realidad de un solo momento:
el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.
Borges, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829- 1874)”

A modo de Introducción

Es esperable, cuando hablamos del género autobiográfico, que a partir de determinado texto el lector pudiera reconstruir un pasado, un relato cuya proyección retrospectiva diera cuenta de sucesos trascendentales que, al menos desde la perspectiva del yo que enuncia –biógrafo o autobiógrafo-, tuvieran cierta importancia para ser narrados. Sin embargo, este horizonte de expectativas, en cuanto al pacto genérico, puede ser, de hecho, defraudado.
Uno caso emblemático en nuestra literatura es el de Borges con “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829- 1874)”1. En este texto, el procedimiento paródico subvierte el género biográfico al dejarse de lado la narración total de un bíos, entendido como la reconstrucción de una vida como forma de comprensión de los principios organizativos de la experiencia. Por el contrario, la escritura borgeana se centrará en un fragmento, un episodio que no sólo concentra al todo, sino también lo torna prescindible:

Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda”

Por su parte, en Fragmentos de un discurso amoroso2, Roland Barthes elige también parodiar la autobiografía pero desde otro lugar. Para poder acercarnos a la idea de cuál es ese espacio otro desde el cual emerge la escritura autobiográfica barthesiana, realizaremos, por un lado, algunas observaciones acerca de las cuestiones teóricas que su discurso logra desmontar para inscribirse en otra lógica textual. Por otro lado, intentaremos dar cuenta de algunos de los recursos y procedimientos mediante los que se lleva a cabo dicho desensamblaje del texto autobiográfico.


Autobiografía y excentricidad

Si consideramos la definición de autobiografía clásica o autodiegética, según la clasificación efectuada por Philippe Lejeune, el nombre propio tiene una importante función, puesto que “en ese nombre se resume toda la existencia de los que llamamos el autor: única señal en el texto de una realidad extratextual indudable”, ya que en él “es donde persona y discurso se articulan antes incluso de articularse en la primera persona”3. Así, el hablante textual es identificado como el autor, que refiere al sujeto verificable extratextualmente. Siguiendo con la explicación de Lejeune, este aspecto establecería el llamado “pacto autobiográfico”, por medio del que se produce “la afirmación en el texto de esa identidad, y nos envía en última instancia al nombre del autor sobre la portada”4. A su vez, en la autobiografía las categorías de autor textual, narrador y protagonista coinciden en una misma identidad. Esta identidad es asumida por parte del autor, cuya “existencia queda fuera de duda”5. Este hecho establece explícitamente el pacto autobiográfico con el lector, que realizaría a partir de allí una determinada lectura que define al género en cuestión, transformándolo en un “género contractual”6.
Por su parte, en el texto de Barthes, aparece un sujeto de enunciación que se define, en tercera persona, como “un enamorado”, a partir de cuya primera predicación, “habla y dice”7, se nos sitúa en un espacio cuya construcción será no solo exclusivamente discursiva, sino también excéntrica. Este término funciona aquí en su sentido etimológico como lo que está “fuera del centro” 8, es decir que la particularidad de este texto es precisamente la aparición un yo autobiográfico apartado del bíos y su necesaria narración. Esto produce una cierta objetivación de la primera persona que lleva a descentrar la escritura del yo propio de la autobiografía clásica y hacerlo fluctuar entre la primera persona, la tercera y la primera plural, con un nosotros mayestático, casos que se evidencian en pasajes como: “El sujeto exclama: “¡Quiero comprender (lo que me ocurre)!””9; “podemos concebir la eternidad como ridícula”10.
Un paso más en este proceso de descentramiento del yo, con respecto a su escritura, se produce cuando la primera persona, con su correlato autoral, sale de la escena textual para dar lugar a un yo que incluye en sí mismo a quien se identifique con su relato. Cabe destacar que el yo alude a una experiencia tan universal como la amorosa, por lo que no resultaría dificultoso el hecho de la homologación yo a quien lea estas páginas. Esta alternancia entre personas es explicitada por el autor al decir que “después de él, paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre el amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, más que una palabrería generalizada”11, en donde, reconocer lo general del asunto implica también postular su universalidad, en detrimento de los posibles acontecimientos particulares del autobiógrafo. Es decir, la escritura del yo se torna obscena, se inscribe fuera del escenario autobiográfico.
En otras palabras, en este uno generalizado, el yo se amalgama con sus potenciales destinatarios, apela a la experiencia amorosa común, lo cual produce necesariamente no solo un dejar de lado el anecdotario personal sino también postular una concepción heterodoxa del sujeto que enuncia: “¿Comprender no es escindir la imagen, deshacer el yo, órgano soberbio de la ignorancia?”12. Así, el yo centro de la escritura autobiográfica tradicional, se disgrega en su escritura, emergiendo de ella como una pura construcción discursiva, y por lo tanto, sin centro.


La parodia como operatoria de desmontaje genérico y discursivo

En el texto de Barthes, la primera persona es quien explicita la forma de escritura y lectura de su texto:

Todo partió de este principio: no se debía reducir lo amoroso a un simple sujeto sintomático (...) De ahí la elección de un método “dramático”, que renuncia a los ejemplos y descansa sobre la sola acción de un lenguaje primero (y no de un metalenguaje). Se ha sustituido pues la descripción del discurso amoroso por su simulación”13

Así, pareciera postular una especie de “diccionario” en torno al discurso amoroso, cuyo orden alfabético y definiciones debieran funcionar en una trama expositiva que, por momentos, oscila con la narración de episodios generalizados. Sin embargo, este formato elegido no cumple, en rigor, con el objetivo específico de un diccionario, que sería el de explanar, producir un metalenguaje que resulte explicativo para el lector.
Por el contrario, aquí se presenta una escritura que intenta escapar constantemente a la mera representación o comunicación de conceptos. Por su parte, en ésta se construyen, como explicita Barthes, “figuras”14 que rodean un lexema con imágenes, metáforas, personificaciones, entre otros tropos más propios del discurso lírico que del explicativo o del narrativo-descriptivo:

El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro, Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo. (...) (El lenguaje goza tocándose a sí mismo), por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio”15.

En este sentido, se observa cómo “la conversación” es presentada –y no representada- por medio de un discurso que implica una ruptura del orden lógico. En consecuencia, el nivel semántico y el sintáctico operan en correlación con un sujeto anómalo, puesto que “en el fondo de la figura hay algo de “alucinación verbal””16
En relación con lo explicitado anteriormente, en este texto podemos observar la deriva de una escritura que opera fuera del pensamiento binario, por lo que el sujeto de enunciación, como dijimos antes, ya no es el epicentro de poder, sino que es un pliegue más del universo discursivo. Por este motivo, el discurso amoroso tradicional, pletórico de lugares comunes, simple y reduccionista, se construye a partir de un lenguaje en donde impera una reunión no sintética de términos, lo que en términos kristevianos constituye la negatividad17. Como ejemplo de ello obsérvese la siguiente caracterización de la palabra: “La palabra está hecha de una sustancia química tenue que opera las más violentas alteraciones”18, en donde la correlación de palabra con sustancia química es evidentemente metafórica, poética, y la asociación de su característica –tenue- con sus efectos –violentas alteraciones- escapa deliberadamente al razonamiento lógico, generando la ambivalencia propia del significado poético .O bien el siguiente fragmento:

el corazón es lo que resta de mí, una vez despojado de todo el espíritu que se me presta y que no quiero: el corazón es lo que me queda, y este corazón que me queda sobre el corazón es el corazón oprimido: oprimido por el reflejo que lo ha colmado de sí mismo (sólo los enamorados y el niño tienen el corazón oprimido)”19.

En este pasaje, puede verse cómo la reiteración de términos –corazón, oprimido, me queda- sumado a la recursividad sintáctica –marcada por la repetición del subordinante que- refuerzan la construcción de un espacio textual de otra índole que la racional o denotativa.
Asociado a ello, aparecen usos anómalos de términos –me abismo”-; invenciones de términos que no se explican en el texto, sino que se dan por conocidos –“desufrir”-20; o bien traducciones asociativas totalmente libres –“la correcta traducción de “adorable” sería el ipse latino: es él, precisamente él en persona”-21.
Es decir, la progresión de la escritura mediante breves anécdotas, intertextos e insistentes predicativos –esto es tal cosa- no implica aquí ninguna exhaustividad. En otras palabras, podría decirse que la caracterización del ser amado como “atopos” –lo no pasible de clasificación- sirve también para pensar la escritura barthesiana, ya que “la atopía resiste a la descripción, a la definición, al lenguaje, que es maya, clasificación de los Nombres” 22. Cabe destacar en esta cita la mención del término maya como piedra. Es decir, el lenguaje representativo, denotativo es la casa donde el yo reside seguro, no aquí, en el texto del no-lugar.
Dadas estas características del discurso, puede pensarse este texto como un intento de subversión del discurso amoroso y, por otro lado, del género autobiográfico. De este modo, teniendo en consideración la concepción bajtiniana acerca de la parodia23, se observa que este texto postula un discurso que dialoga intertextualmente con los códigos antes mencionados. En este ejercicio se produce un distanciamiento con respecto a los discursos parodiados, que logra disolver o anular sus dinámicas para postular una propia. Es decir, el texto genera una tensión entre aquellos discursos, cuya estructura previsible subvierte, y la emergente textualización de un discurso amoroso caracterizado por la hibridez.
Por un lado, el discurso amoroso se oblitera al disociarse el sujeto del enunciado del de la enunciación, por lo que el protagonista pasa a ser el propio lenguaje. Esto puede verse cuando en las anécdota se refiere o bien a X, o bien, a pronombres –yo, tú- cuya referencia es, a drede, postulada como vacía o generalizada: “Regalo a X ... una pañoleta y la lleva puesta: X... me regala el hecho de llevarla”24; “si yo reuniese a X..., Y..., Z..., con todos esos puntos, ahora constelados, formaría yo una figura perfecta”25; “yo, siempre presente, no se constituye más que ante un , siempre ausente”26.
Por otro lado, se lo subvierte al incluir como intertexto el discurso psicoanalítico, con el que no aparece tradicionalmente ligado: “lo infantil –verse abandonado por la Madre- pasa brutalmente a lo genital”27; “la imagen fálica de los brazos”28. Es recurrente los lexemas que forman un campo semántico relacionados con los postulados básicos freudianos: genital, deseo, madre, falo, ley, prohibición, incesto. El psicoanálisis aparece entonces como un código teórico que atraviesa constantemente el texto y con el que se establece un diálogo.
Además, aparecen numerosos intertextos explicitados por el autor como citas “de amistad”29, en donde la elusión de la frase “cita de autoridad” comporta un gesto ideológico que cifraría, de alguna manera, la concepción del texto barthesiano. En estas citas, nombres como Freud, Lacan, Sartre, Nietzsche son aludidos para entablar diálogo con conceptos provenientes de ámbitos teóricos muy disímiles entre sí. Estos discursos específicos circulan en el entramado impidiendo que el discurso se vuelva subjetivo, y, por el contrario, tienden a tornarlo autorreferencial. Esto puede relacionarse con lo explicitado por el autor como la “fatiga del lenguaje”, su carácter tautológico, que es “lo que clausura así [al ] lenguaje amoroso”30. En este sentido, puede asociarse el carácter tautológico del discurso amoroso con la lógica propia que rige el texto de Barthes. Es decir, en este texto el discurso produce significado a partir de su dinámica interna, sin responder a género un predeterminado ni a un sujeto de enunciación con características prescriptas.
En suma, la parodia al género autobiográfico se instituye al silenciar al yo para dar voz al propio lenguaje, que emerge desde zonas que exceden a la lógica del significado.


El discurso descentrado
Hacia la construcción de un espacio textual anticanónico

El poder o la sombra del poder siempre
acaba por instituir una escritura axiológica”
Barthes: El grado cero de la escritura.


En este texto se presenta un discurso conformado por materiales heterogéneos, a saber, retazos, fragmentos, figuras, simulaciones, dramatizaciones, que atentan contra una narración que pudiera aspirar a la homogeneidad constructiva, o bien al sentido último. Esta escritura neutra31 se opone a la realista en sentido laxo –como la que postula una cierta confianza en el poder representativo-comunicativo del lenguaje-. En este sentido, se presenta una discontinuidad marcada por la imposibilidad de ubicar la posición subjetiva del sujeto de enunciación.
Asimismo, si pensamos en el periodo de surgimiento de la autobiografía –Siglo XVIII, en cercanías de la Revolución Francesa- y su momento de eclosión –Siglo XIX- en relación con la construcción del concepto de individuo y ciudadano, puede apreciarse en la escritura paródica de Barthes un gesto ideológico. Esto es, por un lado, el hecho de postular una escritura descentrada que instituya nuevos tipos de relaciones entre los discursos circulantes, pertenecientes al psicoanálisis, la filosofía, la literatura, y la narración de hechos particulares que supone la autobiografía.
Por otro, no resulta azarosa la elección de dos tipos de discursos cuyos códigos estaban, de alguna manera, ya estereotipados, que requerían un sujeto homogéneo centro de su enunciación, es decir, epicentro del poder textual. El gesto de subvertirlos e instituir a partir de ellos un espacio textual otro, esto es, en el que el sujeto se construye sin centro, sin subjetividad, sin yo, no puede más que evidenciar la concepción barthesiana acerca del texto, en cuyo ejercicio aparece la noción de la escritura como correlato necesario de la lectura. En síntesis, la idea del libro como “cooperativa”32 va más allá de una metáfora para constituir una cifra del texto: el campo metodológico del que emerge el discurso anticanónico.



Bibliografía

AAVV: Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. Larousse, 2007.
Bajtín, Mijail: Problemas de la poética de Dostoievski, trad. T. Bubnova. México, Fondo de Cultura Económica, 1986.
Barthes, Roland: Fragmentos de un discurso amoroso. México, Siglo XXI, 1993 [1977].
-: El grado cero de la escritura. Seguido de nuevos ensayos críticos. México, Siglo XXI. 2006 [1972]
Borges, Jorge Luís: “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829- 1874)”, en El Aleph. Bs. As., Emecé, 2005 [1949].
Lejeune, Philippe: “El pacto autobiográfico”, en Suplementos anthropos/29. La autobiografía y sus problemas teóricos, 1991, 48-60.
Kristeva, Julia: “Poesía y negatividad”, en Semiótica 2. Madrid, Fundamentos, 1981 [1969].
1 Jorge Luís Borges: “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829- 1874)”, en El Aleph. Bs. As., Emecé, 2005 [1949], 61-69.
2 Roland Barthes: Fragmentos de un discurso amoroso. México, Siglo XXI, 1993 [1977].
3Philippe, Lejeune: “El pacto autobiográfico”, en Suplementos anthropos/29. La autobiografía y sus problemas teóricos, 1991, 48-60.
4 Ob. Cit., 53.
5 Ob. Cit., 51.
6 Ob. Cit., 60.
7 Ob. Cit., 18.
8 AAVV: Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. Larousse, 2007.
9 Ob. Cit., 50.
10 Ob. Cit., 47.
11 Ob. Cit., 61.
12 Ob. Cit., 50.
13 Ob. Cit., 13
14 Ibídem.
15 Ob. Cit., 61.
16 Ob. Cit., 15.
17 Cabe destacar que para Kristeva, la reunión no sintética de términos es característica del significado poético. Julia Kristeva: “Poesía y negatividad”, en Semiótica 2. Madrid, Fundamentos, 1981 [1969], 63.
18 Ob. Cit., 27.
19 Ob. Cit., 59.
20 Ob. Cit., 19.
21 Ob. Cit., 22.
22 Ob. Cit., 32.
23 Cfr. Bajtín, Mijail: Problemas de la poética de Dostoievski, trad. T. Bubnova. México, Fondo de Cultura Económica, 1986.
24 Ob. Cit., 63.
25 Ob. Cit., 184.
26 Ob. Cit., 34.
27 Ob. Cit., 40.
28 Ob. Cit., 36.
29 Ob. Cit., 16.
30 Ob. Cit., 22.
31 Cfr. Barthes: El grado cero de la escritura. Seguido de nuevos ensayos críticos. México, Siglo XXI, 2006 [1972], 70.
32 Ob. Cit., 14.