lunes, 29 de agosto de 2011

La Tercera es la Sonrisa

Se dice que el hombre es el único animal que tropieza con la misma piedra dos veces. Puede ser cierto, pero también es cierto que a la tercera se puede correr la piedra a un costado, o usarla de apoyo, siempre sin perderla de vista, de tal manera que cuando la volvamos a cruzar, recordemos los tropiezos y sonriamos por superarlos.

Debería estar estudiando, lo sé. Pero por alguna razón me surgió la necesidad de escribir. Es curioso, porque en un momento en el que realmente cada segundo cuenta, me decido a hacer algo que, fuera de sacarme el enrosque que tengo, me muestra una imagen en la que mi cabeza está sobre una mesa y con mis propias manos me revuelvo las ideas. No será la imagen más agradable, sin duda, pero es como me siento de a ratos. Y una situación así explicaría también por qué se me viene partiendo la cabeza desde hace unas semanas. Lo más lógico, sin embargo, es culpar a nuestro archi-ultra enemigo el Sr. Estrés.

Ahora bien, si trato de ser un poco razonable, y dejar los prejuicios de lado, ¿es realmente la culpa de este señor? ¿No es acaso nuestra completa responsabilidad su existencia en nuestra vida? Hasta donde yo sé, nadie nos manda a hacer quichicientas cosas. Entonces, ¿por qué tengo esta tan padecida tendencia? Es una pregunta muy fuerte, ¿verdad? Es una pregunta, además, que me vengo haciendo desde hace varios años, cuando empecé a desarrollar este bizarro gusto por sobrecargarme de actividades.

''Gusto''. Suena raro. Se me vienen los recuerdos de cuando éramos nenes, y sin ir tan lejos también, de la situación en la que casi todos nos hemos visto al escuchar de nuestra boca las palabras ''Me gusta Fulanita/o''. Nunca me terminó de cerrar esa expresión. Desde mi punto de vista se asemeja mucho al ''Quiero tal cosa'', que parece muy posesivo, aunque quizás sea sólo impresión mía. Pero de alguna forma este tema de la posesión creo que es aplicable a mi situación.

Siempre trato de tener posesión sobre mi vida, de realizar tal o cual actividad porque yo así lo decido, controlar mis tiempos, mis medios, mis objetivos, mis anhelos de crecer, y así podría seguir. Y me sigo preguntando, ¿por qué?

Entonces caigo en cuenta que mi problema no es la cantidad de actividades, ya que conozco y admiro a personas que llevan adelante muchas de una forma intachable, sino que siempre me mando alguna. Pareciera que el fondo de la lata tuviera un gran imán que atrajera a mi pie sin piedad. Y aunque trato y trato de salir adelante con la frente en alto y pareciendo más grande de lo que en verdad soy, tratando de verme casi perfecto, cada vez que me equivoco lo sufro. No siempre por el error en sí, aunque debo admitir que me he equivocado muy feo, sino porque el esfuerzo por no equivocarme no tuvo el fruto que yo esperaba. De alguna forma por cada cosa que cierro, me acuerdo de dos pendientes que tengo. Yo intento una y otra vez de asegurarme que no se me pase nada, pero no hay caso.

Y entonces caigo en cuenta. No hace falta no equivocarme, sino que por el contrario, el equivocarme, el meter la pata, el pasar vergüenza o irme al pasto, como quieran decirle, es de mis mejores maestros.

Hace unas cuantas semanas, estando con un amigo en la parada de colectivo que teníamos que tomar para ir a una reunión, a la que ya estábamos por llegar tarde, caí en cuenta que me había olvidado algo importante. Me había acordado de llevar decenas de papeles y cosas, había revisado si me faltaba algo antes de salir de casa, y así y todo, se me pasó ese detalle. Me angustié, porque tuvimos que volver a mi casa, imprimir lo que me faltaba a las apuradas, prácticamente correr a una fotocopiadora, y volver a la parada de colectivo para perderlo, y realmente no me gusta llegar tarde a ningún lado. Por supuesto que por semejante gansada se me fue la angustia enseguida, porque no valía la pena. Pero me quedé regulando en cómo se me había pasado ese detalle. Mi amigo, por otro lado, me dijo ''Está muy bien.'' Yo lo miré sorprendido. ''Si no te equivocás van a pensar que sos perfecto'' y se río. Miré al piso; luego al cielo; repetí para mí mismo lo que dijo, y sonreí.

lunes, 22 de agosto de 2011

Ningún Final Feliz

Él es argentino; ella es francesa; se conocieron en circunstancias más que particulares. En una Navidad de lo más extraña, que él nunca terminó de entender, se encontró por primera vez con esos ojos que lo cautivaron instantáneamente. Siempre fue tímido para hablar con chicas, pero pasada la cena empezaron a charlar, en inglés, ya que él no cazaba una de francés y ella no cazaba una de castellano (y sigue siendo así, según cuenta la historia). Las risas y sonrisas, en un principio, eran causadas por las confusiones entre lenguajes, pero de a poco empezaron a surgir más naturalmente, como si tuviesen en común más de lo que se veía a primera impresión.

Pasaron unos días sin verse, y se reencontraron en un ambiente algo mágico, sin duda un paisaje que no se ve todos los días. Por una de esas causalidades de la vida, estaban ubicados a unos 20 metros de distancia. Siendo precavido para no invadirla demasiado, él se fue acercando a conversar con ella y con sus amigos a medida que pasaban los días. Y esos ojos lo seguían cautivando cada vez más. Mientras tanto, ella se iba sintiendo más y más a gusto en su compañía. Compartieron diferentes experiencias de vida, y sus conversaciones tenían cada vez un tono más dulce.

Una fiesta de magnitudes impresionantes, celebrando una realidad social importante para muchas personas, era la oportunidad perfecta para que él se acercara, quizás para compartir un poco más que sólo palabras y sonrisas (no que eso no fuera lindo ya de por sí). Sin embargo, entre la multitud de gente, la perdió y no la volvió a ver en toda la noche. Ella no hizo tanto más. Volvieron a pasar unos días sin verse, y entraban dudas en sus mentes.

Una vez más se reencontraron, pero ya no quedaba tanto tiempo, porque las circunstancias particulares en las que se conocieron tenían una corta duración. Él intentaba encontrar el momento y la forma de expresarle esos extraños sentimientos, que habían despertado en una forma que nunca había experimentado. Ella no terminaba de entender lo que sentía. De alguna forma, sus amigos se habían dado cuenta de que algo más que una simple amistad se estaba entablando, y sonreían al verlos.

Última noche, última oportunidad. El tiempo parecía jugar en contra, ya que llovía y refrescaba de a ratos, pero la música los ayudó a superar estos impedimentos y bailaron juntos por una, dos, tres horas. Casi parecía que no hubiese nadie más alrededor. Si dos personas en esa situación no sienten una conexión fuera de lo común, nadie sabe bien cuándo pueden sentirla. Se hacía tarde; ella y sus amigos se irían temprano en la mañana, y él también estaba algo cansado después de una experiencia tan intensa. La tomó de la mano y la acompañó, junto con una de sus amigas, a donde tenían que ir a dormir.

''Éste es el momento'', pensaba él, pero algo no le terminaba de cerrar. La saludó con un fuerte abrazo y miró a su amiga, que sí hablaba español. ''¿Me dejará darle un beso?'', preguntó él con un brillo de esperanza en la mirada. Su amiga sonrío y con ternura le respondió: ''Ella tiene novio en Francia''. Y no se puede contar mucho más acerca de esa despedida...

Pasado un tiempo, cada uno de vuelta en su país y en su ciudad, se encontraban de tanto en tanto vía Internet. No habían transcurrido dos meses de haberse conocido que ella había cortado con su novio en Francia. Un buen día se confesaron lo que habían sentido en esas circunstancias tan particulares, pero al mismo tiempo comprendían la situación del otro. Él siguió con su vida, ella con la suya, y sin embargo de vez en cuando volvieron a conversar a través de una pantalla, alegrándose (más de lo que esperaban) al saber algo del otro. Ella siempre lo invita a Francia, y él siempre le dice que algún día irá, pero todos sabemos que en esta vida algunas cosas suenan más sencillas de lo que son...

Disculpen si esta historia no es lo que esperaban, y es que hay una parte triste y una parte linda. La parte triste es que no hay mucho más que contar y que éste no es ningún final feliz. La parte linda, por otro lado, es que no es un final en absoluto.

lunes, 15 de agosto de 2011

Mi Lluvia

Hoy una amiga me hizo acordar de cuando yo era chiquito, que tomaba la sopa y comía la espinaca, porque Popeye era fuerte y yo quería ser fuerte. Me causa gracia porque la fuerza que realmente hace falta en la vida, no viene de la espinaca...

¿Vieron que cuando sale la típica pregunta de si te gusta la lluvia o no siempre hay algún gil que en vez de contestar ''sí'' o ''no'' contesta ''depende''? Bueno, yo soy ese gil. Pero es la realidad. Cuando está más o menos lindo, y la lluvia es más bien una llovizna, algo suave, que casi parece una caricia, simplemente me fascina y me hace sonreír. Cuando hace frío, sin embargo, no puede gustarme la lluvia, o sea, si me mojo tengo más frío y más chances de enfermarme, que no está bueno.

Siempre me gustó considerarme fuerte. En realidad, desde ya hace muchos años en cada oración pido fortaleza para poder salir adelante. Hasta ahora, creo, no me falló. Pero lo raro es, que no me siento fuerte. Yo trato de meterle pata y poner la mejor cara siempre, porque ''no puede ser que la vida se salga con la suya y me deje mal plantado, yo soy más fuerte'', me suelo decir. Bueno, aunque parezca que las cosas no me salen tan mal, lo cierto es que tengo muchos conflictos internos y muchas cuentas pendientes conmigo mismo. ¿De qué me sirve parecer o hacerme el fuerte, si realmente por dentro tengo una tormenta?

Por alguna extraña razón, si bien me encanta poder estar para alguien que está pasando por un mal momento y ser el hombro en que se apoya, me resisto a la idea de apoyarme en algún hombro. Nunca, nunca me gustó llorar. Siempre pensé que no era por el tema de parecer más fuerte, sino porque no quería que las personas que quiero me vean mal. Hoy me lo replanteo... No recuerdo cuando fue la última vez que lloré. Generalmente las ganas de llorar van acompañadas de ganas de romper algo, pero de alguna manera me las ingenio para apretar los dientes, respirar hondo, y no hacer ninguna de las dos. Estoy seguro que en la parte de no romper nada no me equivoco pero, ahora bien, ¿gano algo aguantándome el llanto?

Hoy me dieron ganas de llorar. Me estoy comiendo varios garrones que de a ratos me hacen sentir que todo el esfuerzo que hago no tiene frutos y eso me bajonea muchísimo. Estoy bastante seguro de que el cansancio influye bastante, pero a pesar de tener una cierta seguridad de que una vez descansado, toda esta horrible sensación va a desaparecer, no puedo dejar de pensar que tendría que patear el orgullo, por una vez, y largarme a llorar como un bebé abrazado por un/a amigo/a. Y es que tengo miedo de mojarme, sí, pero de un momento a otro no puedo dejar de estar seguro que mi espinaca en esta vida son mis amigos; no puedo dejar de confiar en que los arco-iris solo salen cuando se está acompañado, no puedo dejar de pensar que mientras aprieto los dientes quizás, y sólo quizás, me estoy perdiendo de alguna caricia que me saque una sonrisa en medio de mi lluvia.

lunes, 8 de agosto de 2011

La Escondida

Básicamente es un juego en el que una persona (la que pierde el ''Terrame'', el ''Pinocho'' o el ''Ta te ti'') tiene que contar ''lento'' un intervalo de números naturales como para darle el suficiente tiempo al resto de los jugadores de esconderse. Una vez que el que cuenta pega el famosísimo grito de ''SAAALGOOO'' todos se ponen nerviosos, e intentan esquivar su mirada para llegar a la casa y sacar ''buena''.



No había muchos juegos que superaran la emoción de acurrucarse en un rincón, o atrás de un auto o arriba de un árbol, y aguantar la respiración para no ser visto. Hacíamos lo posible por no ser encontrados, mientras un salame buscaba impaciente una oportunidad de no volver a contar solo.

Me llama la atención el entusiasmo que ponía por no ser visto, cuando hoy en día algo que pasa mucho por mi cabeza es el anhelo de ser descubierto, de ya no pasar desapercibido. De a ratos, por otra parte, me siento como el salame. Me veo buscando y buscando a una persona en particular, pero parece que es muy buena en este juego de despistar. Estoy como perdido, sin saber con toda certeza a quien ando buscando, pero convencido de que anda en algún lado.

Por allá veo un mechón de pelo, unos ojos o unas zapatillas, pero no alcanzo a reconocer a esa persona. Quizás escucho una voz a lo lejos, como un susurro, o quizás unos ruidos de pasos. Pero al darme vuelta, no hay nadie, estoy solo de nuevo. Alguna que otra vez incluso puede acercarse lo suficiente como para tocarme la espalda y seguir su camino, mientras yo estoy tan volado que no caigo en cuenta hasta muy tarde. La típica es en cierto momento arriesgarse y tirar algún nombre desde un lugar seguro, esperando una respuesta que no llega.

El hecho de tener mil cosas para hacer puede distraer, lo que no termino de saber si es malo o bueno. Pero de una u otra forma siempre vuelve a surgir esta extraña necesidad. Necesidad de una mirada tierna, unas palabras lindas o un abrazo interminable. Necesidad de una compañía en un día feo, una conversación agradable o un beso dulce. Necesidad de encontrar a esa persona que me esquiva con tanto afán, quizás esperando para darse a conocer a que me aleje un poco más de mi lugar seguro. Necesidad de terminar la búsqueda, sonreír por haber disfrutado el juego, e ir a pasar un rato a casa. Necesidad, al fin y al cabo, de encontrar a mi escondida.

lunes, 1 de agosto de 2011

Vientos de Cambio

Una que otra vez, cuando me acuerdo de prestarle atención a las cosas sencillas de la vida, me gusta sentir la brisa del viento mientras camino. Me fascina la idea de que en verdad, esa brisa no es otra cosa que un susurro, que me habla directo al corazón.


Hace más de un mes que no escribo nada. Intenté un par de veces, pero simplemente no me salía como quería. No dejo de preguntarme por qué, por qué siento como un vacío. Al principio pensé que era solamente falta de inspiración, o distracción. Llenarse de actividades y cosas suele distraer, pero creo que hay algo más. Siento que estoy cambiando, de alguna forma.

Uno de los días que empecé a reflexionar me di cuenta que últimamente estoy teniendo muchísimos ''deja vú'' y me llamó la atención, junto con una sensación de que se me estaba viniendo algo encima, algo que no sabía ni sé todavía qué es, pero que iba a marcar un antes y un después. Supongo que estoy pasando por una transformación, una renovación. Pero es muy curioso porque realmente no puedo decidir si es causada por mi propia voluntad o por un capricho de mi inconsciente.

Todo pasa por una razón, no hay dudas sobre eso. Ahora bien, ¿tenemos la necesidad, acaso, de comprender esta razón? Estoy llegando a la conclusión de que no siempre es así, que a pesar de tener la esperanza de que todo se aclare algún día, existe una casi certeza de que no todo tiene una explicación lógica, o por lo menos a la vista de nuestra clase de lógica. Entonces, ¿por qué me enrosco tanto?

Pues, como todo ser humano, tengo innata la naturaleza de cuestionarme a mí y a todo lo que me rodea constantemente. Sin esa curiosidad probablemente no tendría la posibilidad de escribir en una computadora porque no existirían. Sin embargo, tengo una extraña idea que me dice que no es necesario cuestionarse siempre todo, que muchas personas terminan siendo felices al llevar una vida mas bien sencilla, aunque algo ignorante. Son muchas las veces que ésto voló en mi cabeza, y lo cierto es que, si bien me genera curiosidad experimentar por un tiempo el dejar de pensar tanto, no puedo evitar querer, desear, saber más.

Todos los años, de alguna forma, por cada cosa a la que le doy fin satisfactoriamente, surgen dos más. ¿Qué necesidad? ¿Qué necesidad tengo de enloquecerme, de angustiarme por esa horrible sensación de que no voy a llegar con tal o cual responsabilidad? Al parecer, me gusta hacerme sufrir por un determinado tiempo, con tal de jactarme más tarde de lo que logro, si es que logro algo realmente.

Y he aquí mi dilema. Yo creo tener la necesidad de vivir al servicio de los demás, pero cada vez dudo más si lo que hago realmente es por amor al prójimo o por amor a mi mismo, para sentirme satisfecho con lo que hago o dejo de hacer, por intentar ser el ejemplo a seguir de alguien, cuando lo cierto es que al fin y al cabo no puedo poner en práctica mis propios consejos.

Una de las cosas que más dolor me causa es el hecho de que soy soberbio. Perdí ya la cuenta de cuántas veces he tratado de esconderlo, intentando ser humilde, fracasando una y otra vez. ¿Quién soy, sino acaso una persona más? Supongo que ese es el problema. No quiero ser uno más del montón, arde en mi corazón el deseo de marcar una diferencia, de cambiar el mundo...

Ordenando un poco las ideas, una más confusa que otra, me doy cuenta ahora de que el vacío que siento es causado justamente por intentar llenarlo con tanto esfuerzo, queriendo estar pendiente de todo, como si fuese capaz de lograr todo por mi cuenta. Quizás este viento de cambio me quiere indicar que no tengo que, ni puedo, salir adelante solo. Supongo que, a fin de cuentas, de vez en cuando solo debo dejarme caer, con la confianza de que alguien, que quizás se abruma con estos mismos pensamientos, está dispuesto a volar conmigo y sacarme adelante, aclarándome alguna que otra cosa, e intentando cambiar el mundo conmigo.

¿Cuento con vos?