domingo, 29 de abril de 2012

No entiendo nada

Definitivamente es una frase clave. Si existe una persona que nunca la dijo, entonces nunca vivió. Aunque son simplemente tres palabras, se pueden usar para describir una infinidad de situaciones. ¿A cuántos se nos ha escapado una sonrisa al ver a un compañero en el colegio mirando al pizarrón con los ojos bien abiertos y diciendo con cada músculo de la cara ''no entiendo nada''? ¿Cuántos hemos sufrido esa situación estudiando para un parcial? Casi todos deben tener algún recuerdo de alguna discusión con alguien que parece haberse enojado sin razón; el primer pensamiento es: ''No entiendo nada''. Y por supuesto, ni hablar de amores y desamores. ¿Qué se puede decir del tema? ''No entiendo nada'' es bastante claro, ya vaya con una sonrisa y calorcito en el pecho, o con alguna lágrima rodando hasta los labios.

Sin embargo, estas últimas semanas que pasaron experimenté un ''No entiendo nada'' algo diferente, que quizás ya había saboreado en algún momento, pero jamás había vivido con tanta dicha. Se trata de una suma de un par de situaciones ya descriptas, con un poco más de algo que no sé bien cómo describir. Charlando con unos amigos, de hecho, lo ilustré diciendo ''Increíble, no śe bien qué palabras usar para explicarte. Es como que... no sé.''

Realmente deseo de todo corazón que quien esté leyendo esto piense ''¡Ey! Yo quiero de eso''. Es algo que llena, plenifica, te hace sentir más persona. Se trata, nada más y nada menos, de sentirse instrumento para la felicidad de otros. ¿Qué quiero decir con ésto? De encontrarme diciendo y haciendo cosas que no puedo entender que salgan de mi, es decir, sentirme casi un espectador, con la certeza de que algo o alguien más actúa a través mío. Probablemente los escépticos me crean loco, o los ateos o agnósticos un fanático, pero no me molesta, porque es algo que si yo no termino de entender, no puedo pretender que ellos puedan. Es más, los animo, aliento, desafío a que intenten experimentarlo a través de cualquier servicio que se propongan. Deseo de todo corazón que alcancen esta hermosa sensación.

Lo más curioso, que aumenta mi ''No entiendo nada'', es que enfocando mi atención en la tarea que me tocó realizar, relegando momentáneamente algunas circunstancias que me venían pesando mucho y que seguían haciendo de este año uno de los más difíciles de mi vida, algunas se fueron resolviendo causalmente (porque es estadísticamente demasiado improbable que tantas cosas se den como se dieron por casualidad) de una forma maravillosa, hasta tal punto de que me hallé sonriendo más de un día entero. No recuerdo cuando había sido la última vez de eso, pero mierda que se siente bien. No se me ocurren mejores palabras que decir que me siento desbordado de amor.

En fin, sigo con un quintillón de enrosques en la cabeza. Llegando a fin de año, y con mi capacidad para no medir las consecuencias de comprometerme mientras me de el reloj (y a veces ni siquiera), se junta mucho para hacer. Sin embargo, a pesar del relativamente importante nivel de estrés que esto me pueda producir, siento que lo que fue un año de mierda, está llegando a su fin repletísimo de luz. No entiendo nada pero, ¿qué más puedo pedir?

lunes, 23 de abril de 2012

Decisiones

A mi parecer, una de las clases más complejas de situaciones que se pueden presentar, es aquella en la que uno puede reconocer una verdadera felicidad en su vida, y aparece una oportunidad para acrecentarla. El conflicto interno se genera porque a lo mejor uno está acostumbrado o cómodo y, como ya dije, feliz, en el estado en el que se encuentra, por lo que se cuestiona si tomar dicha oportunidad para lograr una mayor felicidad aún, es un riesgo realmente necesario.

Claro está que cuando uno la está pasando mal y se presenta una opción para estar mejor, no duda dos veces en tomarla, pero si uno NO la está pasando mal y se presenta una opción para estar mejor, termina hayándose a si mismo en una especie de círculo con muchas puertas. ¿Hacia dónde ir?

Muchos no somos conscientes de que una situación de este estilo pueda presentarse hasta que se presenta. Es decir, cuando a algún ser querido le sucede algo similar, uno trata de acompañarlo desde su lugar en esta toma de decisión, y habitualmente intenta aconsejar en pos de que el protagonista sea lo más feliz posible. En cambio, cuando nos ocurre a nosotros, resulta imposible aplicar una mirada objetiva a la situación, y si alguien intenta orientarnos, puede que no queramos (''queramos'', que palabra curiosa, ¿verdad?) escuchar. ''Mi caso es diferente'', pensamos.

Sin duda alguna es un balance complejo, con muchas variables. Es posible que tanto uno como otro camino implique, en mayor o menor medida, emocionalmente o no, a otras personas, y herir a alguien no es algo deseable. Pero quizás la idea que hoy planteo sea difícil de comprender sin ejemplos concretos.

A las situaciones que me refiero son, por mencionar algunas:

- Estoy estudiando una carrera interesante, en la que me va relativamente bien, y puedo imaginarme desarrollando una vida laboral en base a ella pero, ¿es realmente algo que aporte o aportará a mi felicidad? Esta otra opción, que puedo o no haberme planteado anteriormente, ¿no es quizás más adecuada al estilo de vida que deseo llevar?

- Estoy en pareja, y soy feliz con ella, pero aparece alguien en mi vida que me mueve completamente el suelo. Por momentos surge una casi certeza de que se ajusta mejor a la persona con que soñaba pasar el resto de mi vida, una casi certeza de que puedo ser aún más feliz con ella. Hay otras relaciones implicadas de algún modo en torno a cada una de estas personas, y muchos factores a tener en cuenta (tiempo de pareja, sonrisas, discusiones, grado de conocimiento de una y otra persona, compromiso asumido, nivel de conexión o intereses compartidos, complementariedad, contención que ofrece, etc.) ¿Cómo comprender a mi corazón?

- Llevo adelante una forma de vivir. A grandes rasgos, es lo que tenía proyectado. Puede ser, como no, que me haya planteado otras, pero de momento he seguido con ésta. La mayoría del tiempo me siento feliz, pero de vez en cuando siento un cierto vacío interior, que me cuestiona si este estilo realmente me conduce a la plena felicidad. ¿Es acaso este el proyecto que debo seguir?

Por supuesto, hay un gran número de situaciones diferentes que pueden presentarse, pero estos son casos, a mi criterio, bastante representativos.

Lo primero que hay que hacer es ser capaz de reconocer el valor de la cuestión en sí. Pueden suceder dos cosas: descubro que, en efecto, esta nueva oportunidad tiene más para ofrecerme, o bien fortalezco mi seguridad en el camino que vengo siguiendo. De una u otra forma, resulta que, al fin y al cabo, este conflicto al que solemos tenerle un cierto temor nos ayuda a crecer como personas. Por lo tanto, no hay que tener miedo a cuestionarse.

Lo siguiente a tener en cuenta, de fundamental importancia, es que la respuesta no siempre es la más racional. Simplemente hay ciertas cosas (como los sentimientos) que no siempre se ajustan a nuestra clase de lógica.

Por otro lado, al recurrir a terceros buscando algo de orientación, puede ser que nos aclaren algunas cosas, como puede que las oscurezcan. Esto, por lo general, depende de si la persona a la que recurrimos tiene como prioridad el verdadero bienestar de uno, o las intenciones personales de lo que cree mejor para uno. En última instancia, siempre hay que recordar que la decisión es de uno, y los seres queridos tienen como tarea acompañar en lo que uno opte.

Una vez comprendido ésto, resta el verdadero problema de la situación. ¿Cómo decidir? Lo cierto es que cada persona y cada situación es única, diferente, de modo que no existen muchas más pistas prácticas a tener en cuenta. ¿Qué hay de las respuestas, entonces? En definitiva, las lleva cada uno en su interior. Sólo hay que animarse a descubrirlas.

lunes, 16 de abril de 2012

Pista II

Llegó a su casa después de un largo día y al llegar a su cuarto se encontró con un gran desorden de, bueno, de todo.

-Que quilombo – pensó – Mañana ordeno.

Dicho y hecho, al levantarse a la mañana, después de tomarse una ducha, comenzó a acomodar lo que pudiera. En eso, revolviendo papeles, encontró unas fotos que había olvidado. En seguida se le pasaron mil imágenes por su cabeza. Eran fotos del cumpleaños de un amigo, hace ya muchos años. Se preguntó cómo andaría su amigo y decidió llamarlo. Charlaron de todo un poco, riendo a carcajadas, por momentos. La conversación duró unos 40 minutos, y luego regresó a lo suyo. Mientras seguía ordenando, comenzó a recordar cumpleaños propios, como si también hubiese encontrado fotos. Se sorprendió del paso del tiempo. Cada año que pasaba parecía haber transcurrido más rápido.

Luego de un par de horas, se dio cuenta que tenía hambre, y se decidió a cocinar algo. Al quemarse con una fuente caliente por descuido, en seguida puso la mano bajo el agua. Su mano izquierda era. Corría el agua y observó el anillo en su dedo anular. ¡Cómo la extrañaba! Cuando la vida se la había arrebatado, había pasado por uno de los peores momentos de su vida. Y cayó nuevamente en cuenta que no tenía sentido ponerse mal por la forma en que había terminado todo, sino que debía alegrarse por el tiempo compartido. Luego de comer, quiso recordarla viendo algunas fotos de su boda. Tan hermosa. Lo cautivó la imagen del día en que la había conocido. Su primera impresión había sido: ''Esta chica es muy provocativa''. Jamás hubiera imaginado que 3 años después, tras meses de una bella amistad, terminarían enamorándose el uno del otro. El solo recuerdo de un abrazo en especial siempre sabía quitarle el aliento, y el brillo de su mirada hacía que el tiempo se detuviera.

Su hermana alguna vez le había dicho, al verlo decaído por mal de amores.

-No te preocupes. No la busques. Esa persona va a llegar cuando tenga que ser así. Y sin darte cuenta un día vas a estar hasta el cuello. Simplemente vas a saberlo. Tu corazón te lo va a gritar.

Recién ahora lograba apreciar en toda su magnitud el valor de aquel consejo y le daba el crédito que merecía.

Siguió ordenando, y halló algunas cartas. Al leerlas, no podía creer algunas de las cosas que había vivido. Observaba que en muchas ocasiones repetía la frase: ''No es justo''. Seguía creyéndolo así. Sin duda hay lecciones que pueden aprenderse sin necesidad de pasar por situaciones tan extremas. Las más importantes de esas situaciones, las que más lo habían marcado, claro está, habían transcurrido en su juventud. Si hubiese tenido que enfrentarlas paulatinamente quizás no las hubiese sufrido tanto, pero tenía la impresión de observar períodos de unas semanas de relativa tranquilidad seguidos de largos meses de problemas simultáneos que no lo dejaban salir adelante. Conflictos familiares; amigos tristes o enojados; mal de amores, por supuesto; exámenes desaprobados que parecían destrozar sus sueños; el cansancio del trabajo; fundamentalmente, falta de tiempo o ánimo para poder afrontar todos los golpes juntos. Rememorando algunas situaciones particulares, sintió una gran presión en el pecho, ardor en la garganta, y alguna que otra lágrima deslizándose por su mejilla.

-No es justo – pensó una vez más - ¿Qué hice para tener que pasar por todo eso? ¿Cómo hice para superar todo eso?

Mientras revoleaba la cabeza con gestos de negación se le abrieron los ojos de golpe y quedó paralizado. Colgadas en la pared vio fotos de los bautismos de sus hijos, con amigos suyos de padrinos. Comprendió una vez más que no había sido él quien había encontrado la fortaleza para superar aquellos obstáculos, sino esos amigos, esos hermanos, que lo habían acompañado a lo largo de tantos años.

Repitió para si mismo la conversación telefónica de esa mañana y revivió en unos cuantos segundos cientos de momentos inolvidables. Risas, llantos, mates, trucos, campamentos, abrazos, besos, reuniones con motivo ''porque sí'', cenas, películas, salidas, bailes, juegos y risas de nuevo. Y regresó la mirada hacia las fotos de sus hijos. Ya eran tan grandes, y habían formado sus familias. A manera de diapositivas pasando justo frente a sus ojos vio las imágenes de sus cumpleaños, graduaciones, y matrimonios. Todo parecía cobrar sentido por ellos. Y los hijos de sus hijos...

-¡El domingo los llevo a todos a pasear!

Las horas habían pasado casi volando, y la luz del sol empezaba a desaparecer. Se acercó a la ventana y se maravilló con el color rosado-anaranjado del cielo en el ocaso, al igual que cuando era pequeño. Puso música y siguió ordenando mientras cantaba. Y al fin terminó.

Esa noche se acostó en la cama con una fantástica sensación de satisfacción, pero no solo por haber podido ordenar su cuarto en un solo día, sino por las hazañas a lo largo de tantos años. Por última vez, repasó toda su vida. Situaciones alegres, eufóricas, tristes, dolorosas, difíciles, y maravillosamente hermosas.

- ¡Que gran aventura!- dijo con una gran sonrisa, y cerró los ojos.

lunes, 9 de abril de 2012

En lo secreto

Tengo que rendir un final bastante pesado. Por lo tanto, para no cortar la racha, me ataca la necesidad de acomodar ideas. Supongo que siempre me pasa lo mismo porque después de un rato de estudiar, o por lo menos intentarlo, me aburro fácil y mi cabeza vuela a cualquier lado. Por si fuera poco, los golpes de la vida quitan las ganas de, bueno, de casi todo. Hoy le contaba a mi hermana acerca de mi preocupación por el hecho de que, si estando ''de vacaciones'' me está costando mucho levantarme de la cama, no sé qué voy a hacer cuando empiece a cursar. Menciono esta situación porque, aunque hace años que padezco casi todos los días la falta de ganas de levantarme para poder seguir durmiendo, no me resulta tan familiar la falta de ganas de levantarme. Punto.

Tampoco logro comprenderlo, es decir, el no hacer (y no es que no ande ocupado, pero no tanto como de costumbre) me conduce a pensar más, y en un bajón pensar más puede ser bastante desmotivante. Hace algunos días leí en algún lado una frase que, creo yo, a muchos se nos ha cruzado más de una vez: ''Quiero desaparecer''. Lo curioso es que, acomodando un poco la ensalada de-mente, caigo en cuenta que no acostumbro hacer ''lo que quiero''. O sea, es cierto que muchas de las decisiones que tomo son parte de proyectos a futuro y no tan futuro, anhelos, sueños, o como puedan llamarse, pero más cierto aún es que pocas son cómodas o representan ''lo que quiero'' o ''lo que me da ganas''. A lo mejor no llego a sentirme cómodo por mi innata inquietud (que no es impaciencia, vale aclarar). Como sea, simplemente tiendo a actuar conforme a lo que considero correcto y no según ''lo que quiero''. Por lo tanto, volviendo a la idea, por ratos ''quiero desaparecer''. En seguida aparece la imagen de un desierto.

Desierto. Suena parecido a desolación pero, desde cierto punto de vista, no podría oponerse más. Claro está que el desierto tiene reputación de tener poca vida, pero es bien sabido que no se puede juzgar basándose solamente en la reputación. Para muchas personas un desierto puede resultar indeseable. Pocas precipitaciones, calor o frío extremos, monotonía, silencio, etcétera, y tomemos también desolación (como soledad absoluta). Pero además, el desierto encierra, cuanto menos, dos grandes misterios. El primero, ya lo he detallado, y es la lección a prestar atención a los detalles. El segundo, relacionado íntimamente, radica en la profunda realidad de que, en verdad, sólo está solo el que quiere estarlo.

¿Cómo puede ser ésto? Pues en todo ámbito de nuestro propio mundo, así como en el desierto, hay vida, que a lo mejor está escondida porque nosotros la alejamos, o bien no somos capaces de verla por no prestar atención. Por supuesto que pueden aparecer espejismos frustrantes. Por supuesto que por momentos nos podemos sentir perdidos sin saber qué dirección tomar. Por supuesto que podemos llegar a sentirnos solos. No hay necesidad de desesperarse, cuando existe la posibilidad de detenerse a admirar el paisaje que guarda belleza en lo secreto.

En un momento de desierto, se presenta la maravillosa oportunidad de fortalecerse y hallarse a uno mismo en lo profundo del corazón. ¿Y cuando uno no sabe hallarse? Incluso en ese desierto (bajón), aún tratando de aislarse y llegando a sentirse hasta cierto punto en soledad absoluta, muy difícilmente, si es acaso posible, no haya aunque sea una persona que se preocupe; una persona que vele de cerca por uno; una persona que, quizás medio escondida, atesore la respuesta para retomar el camino de vuelta a casa. A veces basta una palabra. A veces basta una sonrisa. A veces basta una mirada. A veces basta amar en lo secreto.

miércoles, 4 de abril de 2012

La clave está en los detalles

Un amigo me comentó alguna vez sobre una mujer que trabajó un tiempo con la Madre Teresa de Calcuta, y le había contado una que otra anécdota. Entre las historias que recordaba, una me llamó especialmente la atención. Al parecer hubo un tiempo en que estuvieron trabajando en cierto lugar en el que eran algo comunes unas mandarinas pequeñas. Todos los días le acercaban a Teresa una canasta con estas frutas, y ella pasaba un rato pelándolas para luego comerlas. Lo curioso es que luego confesó que no le gustaba mucho el sabor de las mandarinas. Sorprendida, la mujer que mi amigo conoció le preguntó por qué entonces pasaba tanto tiempo quitándoles la cáscara. ''Para cultivar la paciencia'', respondió Teresa.

No deja de fascinarme las relaciones que uno puede encontrar prácticamente todos los días. Venía con ganas de despejar mi cabeza un poco con unas líneas y ayer viendo un rato de tele (lejos de casa, de viaje) me llegaron un par de ideas. Claro está que de tener una idea a darle forma hay una diferencia. Ahora, hace apenas unos minutos, sentado y tratando de darle un cuerpo a dichas ideas, en una conversación con una amiga con la que charlamos a través de unos mensajes anoche luego de ver ese rato de tele, de alguna forma surgió el tema de los sueños, y en particular de los sueños locos. En seguida se me vino a la cabeza uno de mis sueños más locos, muy bien guardado.

Yo estaba en la puerta de la casa de una familia amiga, que queda a unos metros de la esquina. Al mirar al costado veía a un amigo parado en la esquina, con cara de preocupado. De la nada se largaba a llover, y un charco se hacía más y más grande. De alguna forma, mi amigo empezaba a adentrarse al charco, a pesar de ser un simple y poco profundo charco de calle. Su preocupación se convertía en desesperación al caer al suelo y se quedaba quieto mientras parecía ser arrastrado hacia el charco. De repente aparecía un cocodrilo que lo agarraba del pie y quería engullirlo como haría una serpiente. Mi amigo permanecía quieto, de modo que yo corría hacia el cocodrilo y empezaba a pegarle mientras le decía: ''¡Cocodrilo pelotudo! Soltá a mi amigo''.

Como no podía ser de otra forma, desperté riendo por lo delirante del sueño. Luego, al contarle todo a mi amigo, reíamos juntos al hacer chistes sobre lo que podría significar. Jamás pensé que algo podría afectar nuestra relación, pero unos cuantos meses después se enojó conmigo y dejó de hablarme. Hoy todavía no se solucionó el problema, que para empezar nunca supe cual era. Hoy, sobre todo, lo extraño.

Cambiando de tema, y no tanto, intento retomar mi idea. La semana pasada me sucedió algo medio loco, aunque no sale de la clase de cosas que me suelen suceder. Como no quiero extenderme demasiado y realmente no viene al caso, no voy a detallar la situación, pero sí confesar que por unos segundos me asusté. Luego, perdido en mis pensamientos, me atacó el temor a estar perdiendo el tiempo. Mejor dicho, no sé si perderlo, pero al menos no aprovecharlo más. Reconozco que se me cruzaron los rostros de varios amores y desamores. ¿A qué me refiero con no aprovechar el tiempo? Pues supongo que no es difícil de comprender, pero hablo de tener la seguridad (por más que sea temporal) de que una cierta personita es con la que el mundo quiere que compartas una unión, un lazo especial, y hacer oídos sordos a ese llamado, o esquivarlo por miedo a...

Inmediatamente, me puse a recordar situaciones, mensajes, llamadas, abrazos, caricias, cafés, mates, miradas, palabras dulces, susurros, sueños compartidos, cumpleaños, cartas, regalitos, golosinas, risas y algún que otro beso. De alguna forma, con la mayoría de las chicas con las que sentí en algún momento esa extraña seguridad llegué a entablar una linda amistad. Con otras, aún no es posible. Con ninguna me arriesgué lo suficiente para pasar de la amistad, creo. De cualquier forma, quedé maravillado por la forma en que simples recuerdos me hicieron brotar tan lindas sonrisas y ese inconfundible calorcito de felicidad en el pecho.

Y muchos podrían preguntarse: ''¿Felicidad? ¿Siendo todos desamores?'' Y es que la clave está en los detalles. Ellos pueden hacernos perder la cabeza, o enseñarnos más de lo que creemos. Quizás sean lo más sencillo de olvidar, y seamos capaces de ubicar con precisión solo los eventos más significativos de los años que pasan, pero son los detalles los que nos motivan a seguir viviendo. Perdón, a seguir VIVIENDO. A grandes rasgos yo puedo bien decir que la mayoría de mis relaciones amorosas fueron desamores porque, por así decirlo, los sentimientos surgieron a destiempos, es decir, no hubo coordinación. Sin embargo, por más raro que parezca, el amor no correspondido de una chica hacia mí y mi consecuente amor no correspondido hacia ella, o viceversa, a lo largo de días, horas, minutos, o incluso unos pocos segundos, fueron testigos de momentos de felicidad plena. Son situaciones algo difíciles de describir y que sumando segundo a segundo forman lo que, lejos de ser un sueño, es una profunda realidad que se convierte en el motor del propio universo. Recordar esos detalles, esos segundos de felicidad plena, alimentan la esperanza de volver a vivirlos un buen día.

¿Cómo se relaciona todo ésto con mi sueño? Pues yo creo que las amistades son también relaciones amorosas, y del amor más puro. La clave está en los detalles y allí encuentro la conexión entre todo. Hay amigos muy cercanos, amigos a escondidas y amigos enojados. Ninguno deja de ser amigo, y todos forman parte de uno. Los detalles y los recuerdos hermosos son los que dan fuerza para no aflojar en momentos difíciles, y es fundamental no dejarse consumir por esa horrible sensación de pérdida de tiempo. Creo firmemente que todo tiene un sentido, un para qué. El tiempo se aprovecha mejor cuando no se está tan preocupado por él, y es justamente en los momentos difíciles cuando el mundo nos da una bellísima oportunidad de aprovecharlo al máximo y, casi sin darnos cuenta, aprender a pelar unas cuantas mandarinas.