lunes, 19 de noviembre de 2012

Pista III

Otro día más, caminando hacia la parada de colectivo, él iba sumido en pensamientos quizás algo melancólicos. Sin comprenderlo del todo, nuevamente le había atacado la nostalgia y no podía dejar de pensar en ella. A lo mejor era que se acercaban fechas en las que se habían dado algunas situaciones o conversaciones bastante particulares, a pesar de que él realmente no recordaba esas fechas, ni tenía una gran noción sobre por qué, si venía manejando sus emociones relativamente bien, volvía a perderse en aquellos recuerdos. Simplemente no podía sacarse de la cabeza la idea de que, habiéndola tenido en sus brazos y diciéndole esas palabras tan hermosas, la había perdido... El sol brillaba con mucha intensidad y, a pesar de eso, el sentía una lluvia torrencial dentro suyo. Lluvia... Llegando a la avenida lo dominaba por completo el recuerdo de aquel abrazo bajo la lluvia.

De repente unos bocinazos lo llevaron de vuelta a la realidad. Enfrente suyo, en la mitad de la calle, una nena de unos 5 o 6 años estaba paralizada viendo cómo aquella camioneta se acercaba y, por algún motivo, no parecía frenar. Desde la vereda, la madre aún no terminaba de voltear, con otro pequeño en brazos. Todo sucedió en cuestión de segundos. Él no llegó a pensarlo dos veces, simplemente reaccionó. Soltó la mochila, corrió lo más rápido posible hacia la nena y la levantó tomándola de los brazos. ''Listo, sólo un poco más'', pensó instantáneamente sintiéndose fuera de sí mismo. Sin embargo, al girar la cabeza, se dio cuenta que no iba a llegar. Nuevamente sin pensarlo, tomó un pequeño impulso con los brazos y, sin dejar de correr, arrojó con todas sus fuerzas a la nena, que cayó en el pasto. Luego todo se puso negro...

De alguna forma la noticia le llegó a ella al día siguiente. Armándose de valor terminó decidiendo pasar a verlo por la clínica, aunque estuviera inconsciente. Cuando llegó, la madre de él la saludó afectuosamente y le indicó cual era la habitación en la que se encontraba. Lo peor ya había pasado y ahora estaba estable. Afortunadamente, el choque, aunque brutal, no le había provocado ningún daño cerebral. Al entrar en la habitación notó que lo acompañaba su mejor amigo quien, al verla llegar, simplemente se paró, la miró y le regaló una sonrisa. ''Acaba de dormirse'', dijo, mientras procedía a dejarla sola en el cuarto.

Al mirarlo acostado en la camilla, con la pierna enyesada y todo el torso vendado, sintió que el estómago se le revolvía, pero estaba determinada a no llorar. Le había llevado un buen tiempo poder lograr la distancia que ahora tenían y luchaba por convencerse de que lo que había sentido alguna vez por él ya no estaba. Simplemente se sentó a su lado y lo miró, en silencio. Sentía una extraña necesidad de hablarle, pero no entendía bien por qué, ni sabía qué decirle. Pensó en decirle ''Sos un idiota, a vos se te ocurren estas cosas nomás'', pero veía un rostro lleno de paz que le impedía formular aquellas palabras. Sufrió ese dilema unos 20 minutos hasta que, súbitamente, al bajar tan solo un poco la mirada, se encontró a sí misma tomándole la mano. Se quedó boquiabierta unos segundos sin saber cómo había pasado eso.

Un mensaje de texto la arrebató de esa terrible idea. Era su novio, preguntándole si iba ir a cenar y qué película quería ver esa noche. Sin responder el mensaje, apeló por marcharse cuanto antes. Sin embargo, a veces podía ser algo torpe y, cuando se puso de pie, le dio un rodillazo a la camilla. Él abrió los ojos de golpe y la miró fijo, con asombro. Ella, por su parte, quería pedirle disculpas, pero las palabras simplemente no salían de su boca. Esa mirada era como una de tantas otras que habían compartido en algún momento y, al mismo tiempo, algo diferente. Se examinaron las puertas del alma mutuamente por unos 3 minutos, siempre en silencio. Finalmente ella se dirigió bruscamente hacia la puerta.


''No...'', dijo él mientras se le cortaba la voz. Sin voltear, ella se detuvo con un nudo en la garganta. ''No elegimos de quien enamorarnos'', terminó él con un brillo indescriptible en los ojos. Ella respiró hondo y, dejando caer lágrimas por el camino, cruzó la puerta.

Perderse

Siempre que el día me lo permite, voy a la facultad en bicicleta. Un día, hace un mes y algo, cuando estaba volviendo, me sorprendió cruzar la mirada con un nene de quizás 9 o 10 años que, al verme andando, empezó a correr a mi lado por algo más de media cuadra. Los dos sabíamos que no iba a poder seguir el ritmo y, sin embargo, el corría con una sonrisa en la cara. Por supuesto, yo no pude evitar sonreír.
  
Este martes pasado el día parecía estar lindo para andar en bici. Cuando salí de casa me encontré con un increíble viento en contra en ambas direcciones de mi recorrido. Con el cansancio que suelo tener, sobre todo teniendo en cuenta que en el partido de la noche del lunes me había comido un golpe y me dolía la pierna, podría haberme puesto de mal humor. En cambio, me hallé a mi mismo disfrutando el desafío y recordando cuanto me gusta andar en bicicleta, cosa que a veces, por la rutina, olvido. Ese viento en contra era muy fuerte y realmente desalentador, sumado al hecho de que era probable que terminara llegando una vez ya comenzada la clase, pero seguí pedaleando y, a diferencia de lo que creía, llegué a buen tiempo.

El lunes de la semana pasada rendí un examen. También tuve que entregar 4 láminas de dibujo técnico. Ese fin de semana, es decir, desde el viernes a la tarde hasta el domingo a la noche, me había ido a un encuentro de jóvenes en Villa Gesell. Debo reconocer que no le estoy dedicando a la facultad el tiempo ni el esfuerzo que debería y/o me gustaría. Esa semana no había estado de lo mejor. Digamos que estaba con un bajón interesante, que me quitaba las ya pocas ganas que tenía de estudiar. Sabiendo que tenía que ponerme las pilas sí o sí, no lo hice. Terminé pasando la tarde y toda la noche del jueves, además de todo el viernes (antes de salir para Gesell) sin dormir, entre dibujar las láminas y empezar a estudiar la materia que rendía.
El viernes a la noche nos acostamos alrededor de la 1 y pico o 2 de la mañana para levantarnos el sábado a eso de las 7 y tener un día muy largo, que terminó a la 1 y pico o 2 del domingo, para levantarnos nuevamente alrededor de las 7 y algo y tener otro día largo hasta el regreso a Mar del Plata. Llegamos a las 20. Fui a casa, me bañé, comí algo y, con el cansancio del encuentro, terminé las láminas y seguí estudiando para el parcial. Alrededor de las 3 y media, nada de lo que leía tenía sentido. Pensé en acostarme 2 horas y levantarme a seguir estudiando antes de ir a rendir, pero la parte de levantarme se complicó y terminé por hacerlo a las 7, llegando solo a repasar un poco más.
De alguna forma, algo me ayudó a no quedarme dormido durante el examen y, contra toda probabilidad, más allá de que me podría haber ido mejor, aprobé.


Hay muchas situaciones que pueden llevar a uno a sentirse 'raro'. A veces son confusiones; a veces, decisiones que tomar; pueden ser actitudes de otras personas que nos descolocan; a lo mejor, son actitudes propias. En esto último me quiero detener hoy.

Sin duda alguna es difícil evitar que factores externos influyan en nuestro estado anímico. En lo personal, me afecta muchísimo el no estar bien con alguien importante para mi. En un par de semanas 2 personas me dijeron algo que me movió totalmente el piso y no para bien. Me explicaron, aunque sin mucho detalle, que les molestaban ciertas actitudes de mi, actitudes que llevo años intentando modificar y, en cierta medida, creía superadas. Además, una de ellas me dijo que cree imposible que se cumpla una pequeña esperanza que aún conservaba y deseaba pudiera darse en el futuro. Me hizo sentirme estancado y preguntarme qué sigo haciendo tan mal que no me deja crecer como persona. Me olvidé que todo lleva su tiempo...



Algo similar he podido observar en amigos y conocidos. Hay cosas que nos llevan a perder de vista objetivos o anhelos y también perder, de alguna forma, a ciertas personas. ¿Cómo ocurre esto? Pues, a lo mejor por acostumbrarnos a una actividad que compartimos con alguien, llegamos e olvidarnos por momentos lo que nos motivó a realizar aquello y el lazo que genera o fortifica, dejamos de apreciar con todo su valor a la persona detrás del hábito.

Me llama mucho la atención cómo a veces nuestra mente puede jugar con nosotros. Existen situaciones en las que intentamos con tanto ahínco olvidarnos de algo o de alguien, que terminamos por convencernos de que no lo queremos y olvidamos el bien que ese afecto realmente genera en nosotros. O, al revés, tratamos con tanto esfuerzo mantener algo que a lo mejor ya no nos permite crecer, que acabamos por convencernos de que lo necesitamos o somos necesarios, cuando realmente no es así y debemos dar un paso adelante.
Con todo esto en la cabeza desde hace ya algún tiempo, no podía definir la idea que me lleva a escribir, por más que lo deseaba. Es así que me sorprendió hallarme en el desgano, en una situación que se aleja bastante de lo que busco vivir. Esto es, tratar de ponerle onda a la vida, día a día. ¿Cómo iba a poder manifestar lo que sentía, si me había perdido yo mismo?

De alguna forma el mundo me volvió a hablar o, mejor dicho, pude volver a escucharlo. Por ello me fascinaron las tres situaciones que describí al principio. Me hicieron re-descubrir que, aunque las cosas sean difíciles, hay que seguir andando, intentando, esforzándose, creyendo, manteniendo las esperanzas y los sueños.

Al estar desorientados, no siempre ayuda frenar e intentar reconocer lo que nos es desconocido. Quizás, unas cuadras más adelante, podamos ubicar algo que sea más familiar. Alguna que otra vez, esas cuadras pueden ser simplemente mirar a alguien más allá de sus ojos. Alguna que otra vez, mirar a alguien más puede ser mirarse a los ojos en un reflejo y reencontrarse.

En el mismo desgano que tenía y entre alguna que otra lágrima, se fueron presentando conversaciones o simples gestos de personas que me ayudaron a reencontrarme... De sus manos, me empezó a hacer eco un mensaje hermoso:

''Lo imposible solo cuesta un poco más''